lunes, 28 de septiembre de 2009

Ingeniería y diseño.

Algunos contactos que he mantenido recientemente con personas próximas al entorno universitario, me han hecho reflexionar nuevamente sobre un asunto muy relacionado con el ejercicio de la profesión del ingeniero mecánico dedicado al diseño de máquinas.

Se trata de la concepción tradicional del proyectista enfrentada al ingeniero técnico. Esta discusión se debe a la doble vertiente necesaria en el diseñador de máquinas para completar un trabajo. Ambas son igualmente importantes y de la mayor o menor capacidad en cada una de ellas depende la obtención de un resultado óptimo capaz de resolver las necesidades planteadas. La historia de la ingeniería ha propiciado que cada una de ellas se relacione con una profesión diferente.

En primer lugar, el trabajo de diseño es obviamente una labor creativa, ya que se trata de imaginar un proceso y una geometría que puedan realizar la función determinada que se pretende. Es la función que habitualmente se atribuye al proyectista.

En segundo lugar, el trabajo requiere la capacidad de análisis y cálculo que determina esfuerzos, dimensiones, velocidades y el resto de los parámetros que harán del mecanismo ideado algo útil y duradero. Esta es la función que se suele aplicar al ingeniero.

Con frecuencia, ambas actividades se corrigen mutuamente antes de alcanzar la solución final.

Hay que reconocer que mientras la parte “científica” del diseño de máquinas es más o menos fácil de transmitir, la capacidad de diseñar de forma lógica y de buscar soluciones no es tan evidente, pero puede ser que esta problemática tenga más que ver con la experiencia de los docentes en dicha actividad. Hay profesiones mucho más creativas, en las cuales el profesorado conoce métodos para formar la capacidad y nadie discute que se pueda llevar a cabo.

Me pregunto si el nuevo sistema de formación superior, tras el proceso de Bolonia, será capaz de fundar nuevos métodos para resolver el enfrentamiento entre las dos vertientes y unificarlos en una sola profesión.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Apoyo a las tecnologías tradicionales.

Constantemente se oye hablar de las ayudas a las nuevas tecnologías. En realidad, el término no parece muy exacto: todos sabemos que se incluyen las tecnologías de la información a través de internet o similares, telecomunicaciones, el desarrollo de la informática, y otras cosas no se sabe hasta qué punto están incluidas, como las investigaciones científicas, desarrollos aeronáuticos o energías renovables.

Lógicamente, todos nos aprovechamos en alguna medida de los avances en dichos sectores, pero sorprende que este apoyo haga desaparecer cualquier mención –y ayuda- a las tecnologías “convencionales”. Incluso está poco matizado qué significan las famosas I+D+i (investigación, desarrollo e innovación), ya que no se considera innovación nada más que “abrir caminos” o utilizar tecnologías “pioneras”, mientras que la Investigación y Desarrollo ya parecen haber perdido el atractivo. Por no hablar de la investigación científica, que sufre un desprecio casi absoluto si no es con células madre o algo que salga en los medios de comunicación.

Sin embargo, el trabajo diario entre nuestras empresas manifiesta que lo más necesario es ayudar a la puesta al día, ya que tanto las exigencias del mercado como las posibilidades que brindan los nuevos desarrollos avanzan muy rápido y exigen un esfuerzo industrial muy importante para no quedar obsoletas. En la mayor parte de los casos, las empresas sobreviven a base de exprimir tecnologías y medios de producción demasiado antiguos u obsoletos, pero cuando éstos llegan al límite las empresas encuentran verdaderos problemas para actualizarse.

No deberíamos perder de vista a las tecnologías tradicionales que están en la base de nuestra sociedad, porque llevan el peso de la producción y de nuestro bienestar.