Constantemente se oye hablar de las ayudas a las nuevas tecnologías. En realidad, el término no parece muy exacto: todos sabemos que se incluyen las tecnologías de la información a través de internet o similares, telecomunicaciones, el desarrollo de la informática, y otras cosas no se sabe hasta qué punto están incluidas, como las investigaciones científicas, desarrollos aeronáuticos o energías renovables.
Lógicamente, todos nos aprovechamos en alguna medida de los avances en dichos sectores, pero sorprende que este apoyo haga desaparecer cualquier mención –y ayuda- a las tecnologías “convencionales”. Incluso está poco matizado qué significan las famosas I+D+i (investigación, desarrollo e innovación), ya que no se considera innovación nada más que “abrir caminos” o utilizar tecnologías “pioneras”, mientras que la Investigación y Desarrollo ya parecen haber perdido el atractivo. Por no hablar de la investigación científica, que sufre un desprecio casi absoluto si no es con células madre o algo que salga en los medios de comunicación.
Sin embargo, el trabajo diario entre nuestras empresas manifiesta que lo más necesario es ayudar a la puesta al día, ya que tanto las exigencias del mercado como las posibilidades que brindan los nuevos desarrollos avanzan muy rápido y exigen un esfuerzo industrial muy importante para no quedar obsoletas. En la mayor parte de los casos, las empresas sobreviven a base de exprimir tecnologías y medios de producción demasiado antiguos u obsoletos, pero cuando éstos llegan al límite las empresas encuentran verdaderos problemas para actualizarse.
No deberíamos perder de vista a las tecnologías tradicionales que están en la base de nuestra sociedad, porque llevan el peso de la producción y de nuestro bienestar.
¿Dónde mandamos el jamón a las tecnologías tradicionales?...
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